lunes, 19 de octubre de 2009

Pican, pican los mosquitos…


Allá por enero, recién comenzado el año, en medio del calor del verano, como ocurre siempre en esa época,los mosquitos sobrevolaban nuestras cabezas, molestos, no nos dejaban dormir y nos producían antiestéticas ronchas. Pero este 2009 trajo una desagradable sorpresa: la epidemia de dengue.
Que si el mosquito tiene cuerpo negro con rayas blancas, tené cuidado; que si te pica y viene del norte, preocupate; que si te levanta fiebre salí corriendo al médico. Así, los argentinos vivimos un verano (y otoño) más que complicado en relación al dengue.
La epidemia comenzó en Bolivia, se dispersó hacia Paraguay y llegó a nuestro país. Primero se manifestó a través de casos “importados” (turistas o viajeros que volvían infectados de esos países), luego se conocieron enfermos autóctonos (personas contagiadas dentro de la Argentina) y, finalmente, se expandió por casi todas las provincias, con foco principal en el Chaco (donde se registraron dos muertes), Catamarca (un muerto) y Salta (dos muertos).
De esta manera, nos familiarizamos con el Aedes aegypti (el mosquito transmisor de la infección) y conjugamos verbos que hasta ese momento pasaban desapercibidos, como “descacharrizar” (que consiste en tirar todas todos los recipientes que pueden juntar agua para evitar que allí se críe la larva del insecto). La psicosis llegó a Capital Federal y el Gran Buenos Aires, donde más de uno decidió pasar sus vacaciones en algún centro de salud, sólo por precaución (los casos “sospechosos” fueron la vedette de la temporada).
Mientras los mosquitos nos invadían y la por entonces Ministra de Salud de la Nación, Graciela Ocaña, decía que se estaban realizando acciones contra el dengue, los especialistas afirmaban que la batalla estaba perdida. Ahora que se acerca el calor, ¿No sería bueno empezar a prevenir y no tener que después curar?
Por las dudas, ya tenemos el repelente en la mano…

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